
La Columna de Don Juan León: “¡Pues la próxima vez te acuestas con un panadero!”
“Una anécdota de un hombre vale más que un volumen de biografía”. Esta cita, con la que abrimos este segundo anecdotario, nos la regaló el teólogo y ministro estadounidense de la Iglesia Unitaria de Boston, William Ellery Channing. Y si él así lo consideraba, seguiremos deleitándonos con algunas de las más ‘sabrosonas’.
Durante la Reunión Plenaria número 902 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, del 12 de octubre de 1960, el líder de la Unión soviética Nikita Jrushchov o Kruschev (1953 – 1964) golpeó uno de sus zapatos sobre su propio estrado de delegado. ¿Se trata de una leyenda urbana? Hay quien sostiene que ‘agredió’ a su reloj y la imagen que se hizo viral fue un montaje.
Lo que sí es cierto es que su sucesor Leonid Brézhnev (1964 – 1982) encontró dos cartas escritas de su predecesor. Una tenía que abrirla cuando tuviera los primeros problemas en su presidencia y la otra si estos problemas persistían. Sobrevinieron los iniciales percances y abrió la primera carta que decía: “¡Écheme a mí toda la culpa de lo que sucede!” Pasó el tiempo y aquello no mejoraba, así es que abrió la segunda, que rezaba así: “¡Siéntese y empiece a redactar dos cartas como éstas!”.
El famoso astrónomo francés Joseph Jerôme Lefrançois de Lalande se tuvo que sentar en una reunión de la alta sociedad entre dos mujeres. Una, la hermosa madame Juliette Recamier, cuyo retrato figura en el Museo del Louvre; y la otra, la poco agraciada escritora y baronesa de Staël. Creyendo decir un cumplido soltó: “Me encuentro entre la belleza y el ingenio”. Ella, que fue exiliada por Napoleón debido a sus ideas liberales, estuvo rápida y certera: “Sin poseer usted ni lo uno ni lo otro”.
Mientras asistía a una cena, una bella dama romana, ya entrada en años, apeló al gran Marco Tulio Cicerón para que confirmara que acababa de cumplir los 32: “Decid que no miento, pues a Cicerón todo el mundo creerá”.
El ilustre interpelado tomó la palabra y dijo: “Os puedo asegurar que debe ser cierto lo que la dama dice, ya que llevo al menos diez años oyéndola asegurar que tiene 32 primaveras y tanto tesón en defender una postura no puede ser cosa de alguien mentiroso”.
Por cierto, este egregio pensador es el autor de una bella cita, entre las múltiples legadas, que puede ser aplicada a día de hoy: “La honradez es siempre digna de elogio, aun cuando no reporte utilidad, ni recompensa, ni provecho”. ¡Qué cunda el ejemplo!
Thomas Killigraw era el bufón oficial del rey Carlos II de Inglaterra y un día le acompañó a la corte del rey francés Luis XIV. Éste les mostró el palacio y vieron un cuadro de la crucifixión de Jesús y a cada lado un retrato. Ufano el ‘gabacho’, se explicó: “El de la derecha es el papa y el de la izquierda soy yo”.
El bufón respondió: “Le agradezco la información. Sabía que había sido crucificado entre dos ladrones, pero nunca les había visto las caras”.
La hipocresía no figuraba entre sus defectos, pues decía lo que pensaba.
¿Por qué se llama peripatéticas a las prostitutas callejeras? Este palabro ha sido deslustrado o mancillado en nuestro idioma y en otros muchos. Deriva del griego ‘peripatos’, que significa paseo, y hace alusión a los filósofos que seguían las doctrinas de Aristóteles.
Estos pensadores, llamados ‘peripatéticos’, exponían sus enseñanzas o disciplinas mientras ‘estiraban las piernas’ y como estas prostitutas ejercen su ‘oficio’ deambulando por las aceras de las ciudades se les llamó de esa guisa, aunque no tuvieran ni idea de la existencia del eximio griego.
Siendo joven el afamado escritor estadounidense John Roderigo Dos Pasos, aprovechaba el final de su jornada laboral para escribir y leer en voz alta. Un día, en pleno ‘recital nocturno’ oyó un grito, acompañado de un “¡cierra la boca de una vez!”.
Al unísono, un zapato rompió el cristal de su ventana y vino a instalarse bajo sus pies. John se asomó a la calle y dijo: “Pienso seguir recitando en voz alta hasta que me tire el otro zapato, pues acabo de descubrir que son de mi número”.
Fiódor Ivánovich Chaliápin fue un cantante bajo de ópera ruso, considerado epítome o ejemplo de la ópera del siglo XX junto a María Callas, Enrico Caruso y Titta Ruffo. Había llegado a la cima, pero tuvo un dramático final por su adicción al alcohol.
Cuentan que pasó una noche con una joven a la que pagó sus favores con dos entradas para la ópera. La muchacha protestó: “Tengo hambre y con esto no puedo comer”. A lo que el tenor respondió: “¡Pues la próxima vez te acuestas con un panadero!”.
En una recepción, el francés Ambroise-Paul-Toussaint- Jules Valéry, uno de los más ilustres y brillantes representantes de la lírica contemporánea, se topó con una dama de la alta alcurnia, que el saber que era famoso extrajo su libro de autógrafos y le espetó: “Perdóneme, todavía no he leído ninguno de sus libros; no obstante, me gustaría que me escribiera cualquier cosa en este álbum”.
Sobre una hoja el poeta anotó los títulos de sus obras y sus precios.
El escritor inglés Gilbert Keith Chesterton acuñó una frase que lo aclara todo: “Divertido no es lo contrario de serio. Divertido es lo contrario de aburrido, y nada más”.
Soy consciente de la mezcolanza o amalgama de estos anecdotarios, pero como se escucha ‘en la variedad está el gusto’ o ‘para gustos, colores’, me quedo con lo escrito por el gran poeta mexicano Alfonso Reyes Ochoa, apodado el “Regiomontano Universal”: Hay que interesarse por las anécdotas. Lo menos que hacen es divertirnos. Nos ayudan a vivir, a olvidar por unos instantes: ¿hay mayor piedad? Hay que interesarse por los recuerdos, harina que da nuestro molino”.
Juan de León Aznar… acabando septiembre’2023… ¡y sin llover!


