Carta de Don Juan León a Don Antonio Mercado: “¡Descansa en paz, mi amigo!”
Pequé de inmodestia, querido amigo, cuando te dediqué en la retirada a tus cuarteles invernales por tu jubilación esta cita de propio cuño:
“Has disfrutado enseñando toda una vida, ¡enséñate ahora a disfrutar!”.
Esto fue antes de que una cruel enfermedad cercenara de un tajo esa felicidad que merecías y que debía estar predestinada a que la disfrutaras junto a los tuyos, pero mostrando una entereza y una resignación sin límites.
Se ha marchado un soberbio amigo, un colosal compañero y una mayestática persona, pero Dios te tendrá en su Gloria, a su lado, para cantarle a los ángeles tus onubenses fandangos de Alosno y enseñándoles a componer esos preciosos romances octosílabos de rima asonante con los que nos deleitabas.
Pero, ¿qué voy a decir yo, después de haber disfrutado de tu compañía, codo con codo, durante treintaiún largos años y haber recorrido la península a lo largo de catorce viajes de estudios?
Se agolpan las experiencias, las anécdotas, los recuerdos y las muchas vicisitudes vividas, que provocan que se deslicen por las mejillas unas lágrimas de tierno y cálido afecto, amén de que aflore en la garganta un nudo imposible de deshacer.
Y te despido con una letrilla de tu cantaor maestro Paco Toronjo, que por tu devoción al flamenco parece compuesta para ti:
“Hombre de la tierra soy, // a la tierra he de volver, // ya no sé si vengo o voy // o si morir es nacer. // Lo que no dejo es de arar, // que lo que revuelva hoy // mañana florecerá”.
¡Esos dulces frutos que nos has dejado y que nos servirán de guía!
¡Descansa en paz mi amigo!