
La columna de Don Juan León: “Morbo en el deporte”
La ‘lengua de Cervantes’ es mayestática, pero nuestro léxico en ocasiones no ayuda a distenderse. ¿Existe un vocabulario tan tétrico, morboso o catastrofista como el deportivo?
En tiempos de la tristemente famosa Década Absolutista (1823 – 1833) del aberrante Fernando VII, históricamente conocida como “ominosa”, se cerraron las Universidades y fue en estos años cuando un grupo de profesores y hombres doctos, al dirigirse a su rey (?), encabezaban sus escritos con la vergonzosa frase: “Lejos de nosotros, Señor, la funesta manía del pensar…”.
Este exordio me sirve para resaltar los tres términos subrayados y ‘extrapolarme’ a la siguiente situación: La de un “buen padre de familia”, un sábado o domingo cualquiera a las tres de la tarde y que va a asistir a un partido que, por cierto, comienza una hora después. Toma café, ya que los ‘cubatas’ serán trasegados más tarde, y se despide de su familia esparciendo arrumacos, cucamonas y ósculos por doquier. Deja la paz del hogar, pero se asegura que sus bolsillos estén repletos de bolas de rodamiento, cojinetes, tornillos, mecheros y demás pertrechos bélicos. La pregunta surge o mana fácil: ¿Este aprendiz de sujeto va a un estadio o a una guerra? Execrable, ¿verdad? Así, de paso, utilizamos otro sinónimo. Como dijo Charles Dickens: “El hombre nunca sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta”.
La ‘lengua de Cervantes’ es mayestática, pero nuestro léxico en ocasiones no ayuda a distenderse. ¿Existe un vocabulario tan tétrico, morboso o catastrofista como el deportivo? ¡Ni el taurino! Son usuales y muy generalizadas las siguientes acepciones en distintas disciplinas:
Atletismo: “Llegaron cadáveres a la meta” (extenuados o exánimes).
Baloncesto: “Tiempo muerto” (descanso consultivo y compulsivo de un minuto).
Ciclismo: “A tumba abierta” (efectuar una bajada peligrosa) o “tirar a muerte” (hasta que falten las fuerzas).
Golf: “Dejarla muerta cerca del hoyo” (acercar la bola).
Fútbol: “Mortal de necesidad” (un pase); “la mata, la pincha, la deja muerta o la ha matado (un control); “pase de la muerte” (obviamente, otro pase); “le ha roto la cintura” (un regate); “le queda muerta en el área” (un centro o un balón suelto); “morir al contragolpe o matar arriba” (atacar); “está literalmente muerto” (fatigado, cansado o exhausto); “no le puedes dar espacios a estos jugadores porque te matan” (deportistas ‘estrellas’, creativos o peligrosos); “van a dejar que muera el partido” (resistir hasta el último instante); “grupo de la muerte” (sorteo aciago); “el balón murió en sus manos” o “el centro muere en las manos del portero” (blocaje); “están a muerte con el técnico” (confianza en el entrenador); “el equipo se desangra” (al límite de sus fuerzas); “pelotazo que va a morir lejos del área” (despeje);… ¿seguimos? ¡Se trata, sin duda, de la más ‘enriquecedora’ y depresiva de las terminologías!
Tenis: “Cordaje muerto” (falta de tensión en la raqueta) o “muerte súbita” (desempate).
Otras ‘lindezas’ audibles son: “No apto para cardíacos” (un partido cualquiera con algo o mucho de emoción); “agoniza el encuentro o final agónico” (termina el sufrimiento); “al borde del infarto” (pasión desmedida); “tendrá que sudar sangre” (pretender remontar); “tiene el colmillo retorcido” (intensidad, revancha, ‘venganza’…); “lleva sangre en el ojo” (ansias desmedidas); “quedan segundos para que muera la primera parte o el partido” (acabar, concluir, finalizar, terminar); “no prolonga la agonía” (decisión misericordiosa del árbitro que, a pesar de algunos, es hasta buena persona y rememora a su madre que, viva o fallecida, es sistemáticamente vilipendiada en el estadio); “olía sangre” (percibir o detectar la debilidad del contrario); o “enerva al graderío” (¿a todos y a todas?, ¿la cancha al borde de un ataque de nervios?, ¿no habrá alguna gente juiciosa, pacífica y sensata, que vaya solo a animar o, simplemente, a disfrutar del espectáculo?
Las incorrecciones, tan prolíficas en nuestros políticos, siguen estando a la orden del día, de ahí que se perciban con paladina nitidez vocablos como: celeritud, condució, impulsación…
La primera es de un ilustre ex colegiado internacional, comentarista y ex tertuliano, que se ‘lanzó al vacío’: “… pierde la pelota con demasiada celeritud”; la segunda de ellas se ‘dejó caer’ en un Túnez – Marruecos (final de la copa de África el ‘Día de los Enamorados’ de 2004); y la tercera, compete a un exjugador internacional, también exegeta, que espeta varias veces en la misma retransmisión: “… hay que destacar la impulsación”.
Otra frase oída, esta con redundancia incluida, es: “Vuelve a volver a disponer de minutos”.
Y en estos pasados Juegos Olímpicos (2021) comentando un ejercicio inmaculado… el narrador se atreve a explicarlo y le sale… ‘sin mácula’.
“Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar”, escribió Ernest Hemingway; y “Más vale permanecer callado y que sospechen tu necedad, que hablar y quitarles toda duda de ello”, apostilló Abraham Lincoln; aunque un proverbio, sabio como todos, lo resume: “En boca cerrada no entran moscas”.
Y ya puestos, apunto algunas generalidades:
Las apócopes también merecen su ración de protagonismo. Lo bien que suena San Juan (apócope correcta) y lo mal que resulta Santo Juan; pero qué me dicen de “Alba” (Albacete), “Compos” (Compostela), “Depor” (Deportivo), “Recre” (Recreativo), “Poli” (Polideportivo) o “Nástic” (Gimnástica o Gimnástic). También escuchamos: “Van a jugar las semis” (semifinales). Sencillamente, ¡horroroso! Con nuestra riqueza idiomática no debemos recurrir a estas atrocidades. Es como si a mí me llamaran “Ju” en lugar de Juan, que diría mi abuelo.
Con respecto al reglamento se podrían hacer algunas aportaciones o sugerencias:
1.- Si han prohibido los ‘tacos’ en Irlanda ¿por qué se permiten aquí y no se sancionan los ‘escupitajos o salibazos’ nauseabundos, tan habituales durante los partidos, y que casi siempre nos sorprenden ingiriendo algún alimento?
2.- Penar, por antiestéticas, acciones en las que un futbolista, después de una entrada terrorífica que casi cercena el tobillo del contrario, muestra el balón al ‘señor de negro’, hoy de colores, indicándole que lleva el esférico controlado. ¡Manos arriba, esto es un atraco!
3.- Cerrar automáticamente los campos donde se profieran gritos racistas, que causan un efecto deplorable en pleno siglo XXI. ¡Inadmisible para los tiempos que corren! Y si se abuchea al Rey, a la bandera o al himno, se suspende el encuentro de inmediato y a esos equipos se les expulsa de la competición. ¡Lo patrio no se toca!
Ya lo tenía claro el ilustrado Miguel de Unamuno cuando escribió: “El progreso consiste en renovarse”
Y concluyo esta exposición con una loa y una demanda:
¡Qué maravilla ver y comprobar que esos ‘hermanamientos’ entre aficiones se hacen realidad!: Soria – Málaga; Córdoba – Huelva… ¡y tantas otras! Esto es lo aconsejable y deseable. Virginia Wolf escribía: “¿No estropeamos las cosas al expresarlas?”. Lo peor, encontrarse con los energúmenos de turno o ‘jamelgos incívicos’ que pululan por esos campos de Dios.
Invitar y rogar a los organismos públicos que hagan del deporte su centro de interés, único medio saludable y eficaz para alejar al escolar de la lacra y el azote que supone la droga y la actual espiral de violencia de nuestra sociedad; que fomenten el “fair-play” o juego limpio, la convivencia y el respeto (por el contrincante y los jueces deportivos) y el saber estar; que construyan estadios, pistas o pabellones; que saquen todo el partido posible a las instalaciones de que dispongan (el cien por cien de sus posibilidades), agudizando el ingenio y la inventiva (programas y actividades); y que no desfallezcan ni flaqueen en el empeño cuando vengan mal dadas (gestiones, trabas, financiación o reuniones).
Solo pensar en la limpieza o el candor de la mirada de un niño pisando un recinto deportivo (se siente “superhéroe”, es algo especial), les dará las fuerzas necesarias y el ánimo preciso para acometer las más arduas de las empresas.
Si he molestado a alguien con mis apreciaciones o comentarios (nada más lejos de mi intención), pido disculpas sinceramente, aunque solo he pretendido seguir las pautas o directrices de dos sabios proverbios, como todos, que encarnan máximas que me ayudan a entender lo que ocurre en este difícil mundo por el que nos movemos:
“Si quieres hablando no errar, piensa primero qué hablar”. Escribir, en este caso particular. “Si quieres que digan bien de ti, no digas mal de ninguno”.
Ahí queda eso, aunque no dudo que ustedes/vosotros tendrán/tendréis un variopinto abanico de gazapos lingüísticos, por mor, casi siempre, del notable y palmario afán protagonista de algunos.
Juan de León Aznar



Muy interesante.