La Columna de Don Juan León | “El deporte tiene el poder de inspirar, de unir a la gente como pocas otras cosas”

La Columna de Don Juan León | “El deporte tiene el poder de inspirar, de unir a la gente como pocas otras cosas”

Decía Santo Tomás de Aquino que estos individuos “por tener un humor melancólico, pierden la razón”. ¡Qué forma más elegante para definir a esas ‘bestias pardas’!

 El apartheid fue un sistema de segregación racial que se dio en Sudáfrica y Namibia. Separaba totalmente a blancos y negros llegando a negar, incluso, la existencia de esta última raza. Les prohibían votar y compartir habitaciones y espacios, amén de vetar los matrimonios mixtos. Se inició en 1948 y fue abolido entre el 27 y 29 de abril de 1994 cuando el líder Nelson Mandela fue elegido presidente. Este hombre, abogado activista, popular, respetado y admirado, consiguió el Premio Nobel de la Paz en 1993.

               Entre sus grandes citas quiero destacar esta por la relación con el tema a tratar: “El deporte tiene el poder de inspirar, de unir a la gente como pocas otras cosas. Tiene más capacidad que los gobiernos de derribar las barreras sociales”.

               El escritor francés Jean Giraudoux también lo corrobora cuando escribe: “El deporte delega en el cuerpo alguna de las virtudes más fuertes del alma: la energía, la audacia y la paciencia”.

               Y es que el deporte aúna una amalgama de variopintos valores muy a tener en cuenta y encaminados a la formación integral del individuo: amistad, compañerismo, convivencia, deportividad (juego limpio), esfuerzo, honestidad, igualdad, imparcialidad, patriotismo, perseverancia, respeto y solidaridad. Ahí es nada, todos colocados en orden ‘analfabético’.

               No se quedan atrás el afán de superación (competitividad), la integración, la tolerancia, el acatamiento de reglas (autodisciplina), el trabajo en equipo y la cooperación. A buen seguro añadirían algunos que se han quedado en el tintero.

               Pero nuestro deporte, tan familiar él, presenta un lado negativo en dos de sus vertientes: la física y la social.

               Sabido es que la inactividad física, sedentarismo, es el cuarto factor de riesgo más importante de mortalidad mundial junto a la hipertensión, la obesidad y el colesterol, a los que se suma el estrés, el tabaquismo y el alcohol, que aportan lo suyo.

               En estos días que vivimos, y entre los 35 y 40 años, se ha desencadenado un ‘forofismo’ desmesurado por ciertas prácticas como maratones, farinatos (carreras de obstáculos), triatlones, carreras de montaña… que en ciertos momentos llevan al organismo a límites extremos.

               Por un lado, el exceso de actividad física sin un control médico o la ausencia de ejercicios previos (calentamiento) puede acarrear graves problemas como microfacturas, esguinces, envejecimiento celular, debilitamiento del sistema inmune… 

              Y por otro, existe un componente emocional que tiene que ver con la obsesión por los resultados y que puede derivar en vigorexia (visión distorsionada del físico, normalmente entre los 18 y los 35 años), ansiedad, anorexia/bulimia y, sobre todo, en la ingesta de drogas (hormonas, esteroides y anabolizantes).

              Pero vayamos a ese aspecto tan negativo del deporte como es el social y que se coaliga con la acepción ENERGÚMENO. Así, con mayúsculas:

              El lingüista y periodista uruguayo Ricardo Soca hizo un estudio pormenorizado del palabro en cuestión y colocó su origen en el griego energoumenos, del verbo energein, que significa ‘actuar’; a los romanos le atribuyó el término energumenus, referido a aquellas personas que padecían de ‘encantamientos’ como la epilepsia o la histeria; y finalmente lo situó en el advenimiento del cristianismo donde eran catalogadas estas personas como poseídas por el demonio.  

              Decía Santo Tomás de Aquino que estos individuos “por tener un humor melancólico, pierden la razón”. ¡Qué forma más elegante para definir a esas ‘bestias pardas’!

              Esos energúmenos se amparan o esconden tras la masa, como si el ser muchos les dé más razón con el consentimiento general. Se citan en las redes sociales y acuden a las ‘entrevistas’ ataviados con bates de béisbol, barras de hierro, navajas, machetes, porras y hasta con pistolas. 

              Otros, ‘hasta padres honorables’, utilizan en los estadios ‘armas arrojadizas’ como botellas, mecheros y todo aquello que encuentren a mano.

              Tanto los violentos, por radicales, neonazis, asesinos o maltratadores, como los ‘caseros o de andar por casa’, han de ser erradicados de la faz de la tierra, denunciados públicamente, expulsados de los terrenos de juego y se les tienen que aplicar los máximos castigos que dictaminen las leyes. Hay que tratarlos como vulgares criminales, pero sin dejar de lado la visión psicológica… acémilas, estólidos, estultos, imbéciles o, simplemente, ¡papanatas!

              Gustavo Flaubert los ensalzaba: “Me gustan los tipos tajantes y energúmenos. Sin fanatismo no se hace nada grande”, pero yo me quedo con estas citas de dos novelistas estadounidenses: “La violencia es el último recurso del incompetente” de Isaac Asimov (ruso nacionalizado) y “Con la violencia olvidamos quiénes somos” de Mary McCarthy.
Juan de León Aznar – mayo’2022

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