La Columna de Don Juan León | “Está visto. Tendré que morirme para justificarme y lograr que me crean”

La Columna de Don Juan León | “Está visto. Tendré que morirme para justificarme y lograr que me crean”

Un epigrama es una composición breve e ingeniosa de carácter festivo o satírico o, en un sentido figurado, un pensamiento breve o agudo que suele contener burla o sátira. Y con esta introducción ponemos en marcha el veinte anecdotario.

     El poeta del siglo XVIII Pablo Forner es autor de uno genial:

No dudo Gil, que eres sabio

y que en tu cabeza hueca

se hospeda una biblioteca

y un calepino (*) en tu labio.

De confesarte no huyo,

pero aquestos lucimientos

son de otros entendimientos,

sepamos cuál es el tuyo.

                                               (*) diccionario latino

     Y en esa estamos, recogiendo lucimientos de los que figuran en mi biblioteca y en esas majestuosas revistas conocidas por todos, aunque es una cita del gran escritor francés Michel Eyquen de Montaigne (1553 – 1592), creador del género literario conocido como ensayo, con la que más me identifico: “Yo cito a otros para mejor expresar mi pensamiento”.

     Juan de Iriarte y Cisneros, poeta español de la Ilustración, al que no hay que confundir con su sobrino, el gran fabulista Tomás de Iriarte y Nieves Ravelo, dejó otro palmario ejemplo de lo que aquí tratamos:

A la abeja semejante

para que cause placer

el epigrama ha de ser

   dulce, pequeño y punzante.

     María Ana Cristina Victoria von Bayern, duquesa de Baviera, fue delfina de Francia por su matrimonio con Luis de Francia, quien falleció a los 29 años en el palacio de Versalles. Era primogénito de Luis XIV y la hija de Felipe IV, María Teresa de Austria.

     Tenía muy mala salud y siempre estaba triste y melancólica. La acusaban de quejumbrosa y de enferma por imaginación, hoy sería tildada de hipocondríaca, calificando todos sus pretendidos males de vapores o caprichos de señorita nerviosa, a lo que ella exclamaba:

     “Está visto. Tendré que morirme para justificarme y lograr que me crean”.

     El gran pintor James Abbot McNeill Whistler, que nació en Estados Unidos y murió en Reino Unido, le hizo un retrato a un magnate de la industria inglesa y le pidió cien guineas por la obra (una guinea equivalía a una libra y un chelín).

     El retratado no quiso pagar y el asunto llegó a los tribunales. Ante el juez, el industrial adujo: “No creo que sea justo pagar cien guineas por un retrato en el que el señor Whistler empleó sólo tres horas”.

     ¿Es eso cierto?, preguntó el magistrado al artista: ¡No señoría, empleé 54 años y 3 horas!… y el juez le dio la razón.

     Un comerciante tenía un hijo que acababa de entrar en la magistratura. Al felicitarlo por su nombramiento, le dijo: “Confío, hijo, en que harás pagar caras las sentencias”.

     “Pero, qué dices, papá, no soy un comerciante, soy un administrador de la justicia”.

     A lo que replicó el padre: “Lo sé y por eso te lo digo. ¡Tan raro como es obtener justicia y tú quiere distribuirla gratuitamente!”.

     Sin duda, un adelantado a su tiempo.

     D. José Sánchez Guerra (Córdoba, 1859; Madrid, 1935) fue varias veces ministro (Gobernación y Fomento), así como presidente del Consejo de ministros durante el reinado de Alfonso XIII. Era un hombre muy sincero y, al mismo tiempo, dotado de una refinada galantería.

     Un día durante una cena advirtió al otro lado de la mesa a un personaje con el que había mantenido acres discusiones políticas y dejándose llevar por su franqueza le dijo a la señora que estaba a su lado: 

     “Aquel individuo que está allí es uno de los que más odio”. La dama muy ofendida contestó: “¡Caballero, aquel señor es mi marido!”.

     El señor Sánchez arregló el ‘planchazo’ con presteza: 

     “Lo sé señora. Precisamente por eso lo odio”. Y la buena mujer no tuvo más remedio que sonreír.   

     En 1869, la emperatriz de Francia, la granadina María Eugenia de Guzmán y Portocarrero, Eugenia de Palafox Portocarrero y Kirkpatrick o Eugenia de Montijo, casada con Napoleón III Bonaparte, fue a Egipto a inaugurar el canal de Suez.

     El sultán Abdul Aziz la recibió como correspondía y entre otros agasajos la invitó a visitar el harén. Curiosa, la emperatriz accedió, pues conocer un lugar tan ligado a la fantasía popular y literaria suponía una tentación irrechazable.

   Un solo contratiempo deparó la visita, ya que la, por entonces, favorita del sultán, celosa al ver como su dueño trataba a la emperatriz, sin encomendarse ni a Dios, ni a la Virgen, ni a los Santos, se acercó a ella y le propinó una soberana bofetada. La real ofendida no le dio mayor importancia al hecho y no lo transformó en un conflicto diplomático. Sabía la emperatriz lo que eran los celos y la dificultad de reprimirlos.

     “Si los celos son señales de amor, es como la calentura en el hombre enfermo que, el tenerla es señal de tener vida, pero vida enferma y mal dispuesta”, escribía el genial Miguel de Cervantes Saavedra en su novela “La Galatea”, publicada en Alcalá de Henares en 1585


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