La Columna de Don Juan León | “De haber estado junto a Dios cuando creó el Universo, le hubiese aconsejado mejor en el orden de las esferas”

La Columna de Don Juan León | “De haber estado junto a Dios cuando creó el Universo, le hubiese aconsejado mejor en el orden de las esferas”

Dicen, y yo así lo creo, que la humildad es la madre de todas las virtudes

     Si es por resumir diremos que esta cualidad es la antítesis de la soberbia y que la poseen todos aquellos que conocen sus limitaciones e incluso las personas eruditas, ya que saben que nunca se acaba de aprender. Defiende la igualdad entre los seres y nos muestra el camino de comprender y reconocer que nos hemos equivocado o pedir ayuda si la necesitamos. En definitiva, ¡dar lo mejor de nosotros mismos!

     Una cita del genial inglés William Shakespeare (Stratford-upon-Avon, Reino Unido, 1564 – 1616) nos sirve de proemio para empezar el veintiocho anecdotario

     “Yo juro que vale más ser de baja condición y codearse alegremente con gentes humildes, que no encontrarse muy encumbrado, con una resplandeciente pesadumbre y llevar una dorada tristeza”.

     Alfonso V de Aragón, ‘el Sabio’ o ‘el Magnánimo’ (Medina del Campo, Valladolid, 1396; Nápoles, Italia, 1458) era un monarca sumamente ingenioso. En oportunidad de visitar, junto con un grupo de sus caballeros, el taller de un afamado orfebre, éste, aterrado, denunció al rey la desaparición de una piedra de gran valor.

     De inmediato le pidió al joyero que llenara con salvado un vaso opaco e hizo que cada uno de sus caballeros metiera en él su mano cerrada y la sacara abierta. El artista no perdió su piedra y los caballeros salvaron su honor.

     El príncipe Alberto de Sajonia – Coburgo y Gotha (Rodental Alemania, 1819; Castillo de Windsor, Reino Unido, 1861) fue consorte del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda por su matrimonio con la reina Victoria de Inglaterra (palacio de Kensington Reino Unido, 1819; Castillo de Osborne, isla de Wigth, Reino Unido, 1901, a los 81 años). Ambos son los protagonistas de esta jocosa anécdota.

     Bien conocido es el fuerte carácter que tenía la reina inglesa y de él no se libraba ni siquiera su esposo, al menos en los primeros tiempos de matrimonio, a pesar del intenso amor que se profesaban y que unía a los cónyuges.

     Un día, tras una fuerte discusión entre ambos, más ‘vigorosa’ de las habituales, Alberto se encerró en su habitación. Furiosa, Victoria aporreó la puerta:

     “¿Quién llama?”, interrogó el marido. “¡La reina de Inglaterra!”, rugió la soberana.

     Como quiera que no hubo respuesta desde el interior, arreciaron los golpes desde fuera, siempre con la misma pregunta y la misma respuesta. Por fin, los golpes fueron más suaves. 

     “¿Quién llama?”, volvió a preguntar el esposo. “Tu mujer”, fue esta vez la contestación… ¡y la puerta se abrió!

     Alberto I de Bélgica (Bruselas, Bélgica, 1875; Namur, Bélgica, 1934), perteneciente a la misma Casa Real que el anterior, durante la Primera Guerra Mundial (1914 – 1918), permaneció al frente de su ejército, aunque el territorio de su patria estaba invadido por los alemanes. 

     En momentos en que la victoria de éstos parecía inevitable, un general británico, obedeciendo órdenes de su gobierno, invitó al monarca a que abandonara el frente y se retirara a Inglaterra.

     El monarca contestó de manera ejemplar: “Tengo cuarenta años y ésa no es la edad reglamentaria para el retiro en el ejército belga” … y permaneció en su puesto hasta la victoria final. 

     Como curiosidad histórica añadiré que D. Juan de Austria (Ratisbona, Alemania, 1547), hijo ilegítimo de Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico y Bárbara Blomberg, hermanastro por tanto de Felipe II y héroe de la gran victoria de Lepanto (7 de octubre de 1571) contra los turcos, murió en la misma ciudad belga de Namur, al igual que Alberto I, en 1578 a los 31 años y víctima de tifus o fiebre tifoidea, mientras sitiaba la ciudad.

     Por todos son conocidas las ‘tablas alfonsíes’, que superan con creces las del astrónomo, matemático y geógrafo greco-egipcio Claudio Ptolomeo (Tolemaida Hermia, Egipto, sobre el 100 o 87 d.C.; Alejandría o Canopo, Egipto, 170 d.C.), fruto de la devoción que el gran rey Alfonso X de Castilla, ‘el Sabio’ (Toledo, 1221; Sevilla, 1284) sentía por la Astronomía. Tan intensa era esa pasión que se le atribuye la siguiente frase:

     “Si yo hubiera estado al lado de Dios cuando creó el Universo, le hubiese aconsejado mejor en el orden de las esferas”.

     Toreaba una tarde en la plaza de Valladolid José Gómez Ortega, conocido como ‘Gallito III’ y más tarde por ‘Joselito’ o Joselito el Gallo’ (Gelves, Sevilla, 1895; Talavera de la Reina, Toledo, 1920, corneado por un toro de nombre ‘Bailador’). 

     Se trataba de una corrida de miuras y el toro que le tocó en suerte era traidor, gazapero o pendenciero e iba directamente al torero cuando se arrancaba.

     El matador estaba de un humor de perros, máxime porque aquella misma mañana había recibido un telegrama de Sevilla, donde se le comunicaba el fallecimiento de una tía muy querida por él.

     “Hay que quedar bien a pesar de todo”, advirtió a su cuadrilla. Pero el astado no daba facilidades y los banderilleros no se atrevían a encararse con el morlaco. A Blanquet, su mejor banderillero, le encargó que cogiera los rehiletes y le dijo: 

     “Anda y ve al toro”, pero éste no se atrevía. “Anda al toro o córtate la coleta”.

     El subalterno, pálido de miedo, se acercó al estribo y le dijo:

     “Ya voy maestro, pero antes dime: ¿quieres algo para tu tía?”.

     El religioso estadounidense Ezra Taft Benson también da su opinión sobre el prefacio: “El orgullo se preocupa por quién lleva la razón. La humildad se preocupa por lo que es correcto”. 

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